Maldito fin de semana... Lo odia. Demasiadas horas rodeada de demasiada gente para aquél habitáculo demasiado pequeño. Demasiada dinamita y continuas chispas; la explosión es inminente...
Harta de todo se va. Coge todo lo que cree necesario para pasar la tarde fuera; las llaves obviamente, para poder regresar, un móvil sin saldo pero capaz de recibir llamadas, el mp4 con apenas la mitad de su batería, la sudadera más ancha y calentita que tiene en su armario, las zapatillas de batalla, sí, esas que tienen marcadas las arrugas allí donde el pie se articula, y una moneda de 2 euros, "sólo por si acaso" piensa.
En voz alta anuncia su marcha al sucedáneo de familia que en el salón, ante el televisor, realiza su función. Ella sabe la verdad, y ellos también por supuesto, así que no se explica por qué siguen actuando, aún así en público procura seguirles el juego...
Con las manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros decide bajar las escaleras a pie, no son demasiados pisos para acabar exhausta, y trotar escaleras abajo siempre la ha gustado, además está el hecho de que el ascensor de su bloque cada día chirría más, y ella tan imaginativa lo asemeja con las cadenas que mantienen a un atormentado espíritu anclado en el mundo terrenal, y que desesperado por avivar la llama de su recuerdo produce cacofonías... Su hermano al oír este comentario contestó con sorna; "bobadas, chirría igual que tu cerebro lela, a ver si lo engrasamos, que cada día dices más chorradas".
La madre le rió la gracia. No le gusta sentirse pisoteada por nadie, y menos por aquel mocoso consentido, pero quiere paz, por eso desde entonces guarda silencio, en casa procura no abrir la boca, pues siempre uno u otro (madre o hijo), tienen algo que decir para dejarla mal, así que se lo guarda todo para los momentos que tiene a solas con los folios en blanco. Se siente libre en un espacio DIN-A4, pero prisionera en su propia casa. Su padre, como ella, hace lo propio; pasa de puntillas, pero cada día que pasa viendo como menosprecian a su hija son 10 minutos menos de paciencia en las discusiones. Terrible será el día en que esta sustancia se acabe...
Todo esto le da tiempo a pensar en los 4 pisos que ha dejado ya atrás, 3 más y estará en la calle... Sigue hilando pensamientos en su mente, va distraída, como de costumbre toma la barra situada en el hueco de la escalera y tomando impulso gira en torno a ella, dándose un brutal golpe con el joven que apresurado subía y al que no le ha dado tiempo a esquivar.
Por el impulso de ella, y la velocidad de él ha acabado tirada en el suelo con un punzante dolor en la sien. El chico trastabilla y cae hacia atrás. Ella maldice por lo bajo, acostumbrada a no exteriorizar sus demonios. Él sigue ahí, ella lo ignora, al menos mientras evalúa los daños causados por ese maldito insensato que.... Alza un instante la vista, y una penetrante mirada gris interrumpe la retahíla de insultos que empezaban a tejerse en su mente. El rostro está arrugado en una clara mueca de preocupación. Varias caras idénticas danzan ante ella, los bordes de su campo de visión se tornan negros, la mirada se le cierra en túnel, se desvanece...
Desorientada abre los ojos. "¿Qué ha pasado?" piensa... Incapaz de fijar la mirada siente que se marea; las imágenes danzan ante ella sin fijarse. Siente frío bajo la palma de sus manos, y en la frontera de su espalda entre la camiseta y los vaqueros. Consigue deducir que se encuentra tendida en el suelo, su mirada la engaña, no le muestra nada claramente, pero entonces lo huele: after shave. "Si yo no uso de eso..." diludiza su abotargado pensamiento. Un cambio en el aire la hace percatarse de que no está sola, de golpe su mirada se estabiliza y encuentra sus ojos... Unos ojos que la escrutan desde arriba a una distancia prudencial procurando evitar que se incomode o asuste, unos ojos que la dejan sin aliento, el aliento que acaba de recuperar tras tan aparatosa caída. Para ser grises, son unos ojos extrañamente cálidos... Conforme la fluidez regresa a su mente, justifica que unos ojos grises no pueden ser cálidos, al igual que esas marmóleas facciones que los complementan, en cambio sí es cálida esa sensación de rubor que se apodera de sus mejillas al notar el roce de unos dedos helados en su sien. La mano se retira y ante ella muestra un pequeño pero escarlata reguero de sangre. Ella, asustada, se incorpora de golpe, aún no está recuperada y de nuevo su mirada se cierra, su conciencia la abandona, y en un último instante siente cómo la fuerza de gravedad la atrae brutalmente hacia el suelo, pero el impacto no llega. Cuando consigue estabilizarse de nuevo se percata de que ha aterrizado en sus brazos, hecho que la abruma aún más.
Su conciencia no deja de cambiar de estado: tan pronto se evapora como se solidifica.
Ni se la ocurre ponerse de pie. Él parece mucho menos afectado por la caída.
Apenas es consciente de ello, pero la ha tomado en brazos como el peso pluma que es, y entre neblinosos pensamientos sospecha que la conduce a su piso.
Una vez más se pierde en el mentol de su after shave, de nuevo, se deja perder...
CONTINUARÁ...