Lo que escribimos es lo único que quedará de nosotros.

miércoles, 26 de junio de 2013

#Microcuento

Mis suspiros están justificados. Debo respirar hondo. Conseguir aire suficiente para ambos. Si te hundes, bajar al mismísimo océano y respirar por ti. No pienso permitir que te ahogues. Ni en el fondo del mar de tus lágrimas, ni en la superficie a manos de tsunamis salados.
No me puedo permitir perderte...

lunes, 24 de junio de 2013

#Microcuento

No profesora, no he traído la tarea. Mi perro... Déjeme hablar, hombre. Decía, que mi perro vino asustado a mis brazos, arrugó mis apuntes, pero no pude negarle mi cariño en un momento de debilidad. Él está ahí siempre para mi. Se lo debo. No profesora, no hice mis deberes. Cumplí mi tarea. La tarea de ser buena ama.

Tacones rojos

Por dificultades en el último momento para adquirir los billetes, llegué a Madrid a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado, y no me esperaba nadie.

Atocha se antojaba lúgubre, envuelta en una ligera penumbra. Arrastraba automáticamente una maleta desproporcionadamente grande para mi estancia allí. Apenas iban a ser tres días en un hostal de la plaza Neptuno. Apenas tres días, y yo arrastraba aquella maleta que contenía tres cuartas partes de mi guardarropa de verano, obligándola a cruzar Madrid.
Las ruedas emitían un sonido proporcionalmente desagradable al peso de mi equipaje.

La calle me devolvía el eco de mis tacones. Demasiadas horas sobre esos infernales zancos. Preciosos, rojo pasión, pero un calzado nada adecuado para cruzarse Madrid a pie en plena noche.
Podría haber llamado a un taxi. Tenía el teléfono de la empresa a mi entera disposición durante aquél viaje. No pagaría ni un céntimo de la factura. Además, mi secretaria se había tomado la molestia de guardar en la memoria aquellos números de teléfono que consideró necesarios en mi aventura por la capital.
No sólo eso, era una mujer realmente eficiente en su trabajo. Se tomaba muy en serio mi comodidad en los viajes empresariales. Ella era la encargada también de procurarme el equipaje de mano. No reparaba nunca en gastos, así se lo ordenó nuestro superior. No en vano, era la hija del jefe. No dudó en dejarle claro a Leticia que mi seguridad era primordial, indicación que la mujer siguió siempre a rajatabla.
Los retrasos del transporte, me dejaban siempre en mis destinos bien entrada la madrugada, y mi padre no consideraba seguro dejar a una joven empresaria desprovista de defensa. En el primer viaje a Barcelona quiso convencerme para que me dejara acompañar por un guardaespaldas a
sueldo que cobraba por horas. Me negué en rotundo.

Acepto ser el ojito derecho de mi padre, pero no que me trate como una indefensa. Como consecuencia a mi negativa, Leticia había recibido instrucciones de poner siempre en mi bolso un pequeño puñal, de dimensiones legales. Por supuesto, se encargaron de que supiera defenderme con él. De nada servía un arma si no sabías cómo utilizarla.


Aunque en esta cálida noche de Junio, de nada te va a servir. Aquella pequeña zorra llevaba mese presionando las negociaciones de venta de la empresa que me contrató. Y meses llevaba yo detrás de ella, persiguiendo su falda negra de tubo por todas las grandes ciudades empresariales a las que la destinaban.
Se recorría avenidas enteras tirando de su maletón, subida a esos tacones imposibles que le quitaban el hipo a todos los borrachos que se encontraba por la calle en su frenética carrera hacia el hotel en el que se hospedaría. Siempre llegaba de noche, y de noche se marchaba. No me ponía nada difícil mi misión, pero aún así la alargué todo lo que pude, con la esperanza de que mi jefe se tragara eso de “es muy escurridiza míster, no lo sabe usted bien”. Pero el jefe ya se había cansado de mi perorata. El juego y la persecución de mi conejito tocaban a su fin. No podía seguir deseándola entre las sombras de las ciudades a las que me arrastraba. No podía seguir espiándola entre las cortinas de su balcón cuando se desnudaba en las suites de los hoteles en los que dormía. No podía seguir así. Tenía que acabar con aquello, cobrar mi sueldo, con esfuerzo ganado, y olvidarme de ella y sus curvas. Sobre todo de sus curvas…

Doblaba una de las esquinas occidentales del Retiro cuando le di alcance. Sabía del puñal de su bolso, así que la estrategia era sencilla; arrancarle el asa del hombro y segarle la yugular con él.
Sinceramente, dejar huellas me daba lo mismo. El míster me había prometido, junto al suculento pago, un cambio inmediato de identidad, casa en la isla paradisíaca que
eligiera, y preciosas mulatas a mi entera disposición. Así cualquiera le dice que no al míster…

La única condición de mi trabajo, era no abusar sexualmente de la joven. La primera vez que me prohibían tal cosa en todos mis años como sicario. En fin, él paga, él manda.

Sujeté a la joven de la muñeca. En un movimiento totalmente inesperado lanzó el bolso contra mi cara. No pude preveer tal ataque, y la hebilla metálica que cerraba el bolsillo principal me golpeó con un sonido seco en el pómulo. Rabioso y confuso luché por recuperar el equilibrio. La joven no se había movido un ápice. Sobre sus tacones se erguía en posición de defensa, había dejado de lado la maleta y empuñaba el cuchillo en la mano que le quedaba libre, la otra seguía aferrando el asa del bolso con el que me había sacudido. Arremetí cegado por la furia contra su cuerpecito delgado y esbelto, nada me costaría derribarla y romperle las cervicales con un seco giro de muñeca.
La testosterona y el dolor palpitante de la cara me ofuscaron y ralentizaron mi ataque. Fallé la estocada. Su mente fría y las clases de defensa ganaron ese asalto.

Me encontraba a pocos centímetros de sus ojos, cuando un dolor helado me recorrió el vientre. No fue necesario bajar la mirada para saber que había hundido en mis entrañas aquel puñal de doble filo. Me llevé la mano a la herida, con el cuchillo aún anclado en mi carne. Ella seguía sujetando el mango, y con lentitud mortal giró de él como quien gira el pomo de una puerta, asegurándose así de que desgarraba todas y cada una de las arterias que cruzaran por allí.

La sangre goteaba espesa sobre la acera cuando yo caí de rodillas. Ella me sujetó de la frente, tiró del cuchillo y lo sacó de mi, destapando el orificio por el que se me escapaba la vida. Boqueaba mientras se me nublaba la mente. Aún pude verla marchar descalza, con los zapatos de aguja en la mano. Abandonándome mientras me ahogaba en mi propia sangre. 

jueves, 20 de junio de 2013

12ª Jam en #DiablosAzules

Sé a qué he venido. Sé, que no voy a salir de aquí con él. Que no volveré a prepararle descomunales bandejas de brownies...
Sé reconocer una despedida cuando la tengo delante.
Voy a echar de menos la rutina, nuestra rutina de médicos, pruebas, más pruebas, más médicos... Por increíble que parezca, sí, también voy a echar de menos a las enfermeras que le tiraban los tejos a mi novio moribundo. Voy a extrañar al médico consumido por la desgracia ajena, que nos recibía a diario intentando ofrecer la mejor de sus sonrisas.
Voy a echar de menos las noches en observación, en las que desconectábamos la maquinita esa tan pesada del "Pi...Pi...Pi...", para que no nos delatase mientras hacíamos el amor enloquecidamente sobre la camilla del hospital. Voy a echarte de menos, mi vida... Tú, que nos mantuviste a flote a ambos, desde el primer momento. Aquel primer momento fatal en el que con los papeles de tu diagnóstico delante, confesamos al equipo médico la imposibilidad de costear tu tratamiento. Aquel momento, en el que me deshacía en lágrimas, tú me abarcabas entera con tus brazos y me susurrabas con calma que, "en ese caso, brindaré con mi sonrisa por mis últimos días, porque tú estás en ellos, mi amor". Y yo, lejos de encontrar consuelo, no podía hacer otra cosa que llorar más fuerte.
Y aquí, sentada en el borde de la camilla en la que tantas noches nos amamos, sostengo su mano inerte mientras veo cómo el alma le desaparece de la mirada, dejando en su lugar una débil sonrisa. La sonrisa que dejan los cadáveres al irse sabiendo, que han sido felices.

martes, 18 de junio de 2013

#Microcuento

-Agente, no lo entiendo... Hasta el chico de los recados sabe que los cadáveres no sonríen, ¿por qué este sí?

-Verás hijo, hay quien ha sido tan feliz en vida, que arrastra las sonrisas consigo, hasta los mismísimos brazos de la Muerte.

sábado, 15 de junio de 2013

Será mejor que te marches

"Será mejor que te marches.."

Y sin mediar palabra, comencé a caminar. Me pasé la cinta de la mochila bandolera por la cabeza, y apreté el paso. Quería huir de su silencio, de él, de todo... Quería hundirme en la tierra, rebosar los mares con mis lágrimas...
Apenas había dado una docena de pasos, cuando algo tiró de mí. Me frené en seco. Volví la vista atrás, y lo miré; sentado en aquel banco, derrotado y abatido. Algo me empujaba a retroceder. A romper el silencio. Algo me decía, que irme sólo empeoraría las cosas. No cuestioné a la voz que me gritaba desde dentro "¡RETROCEDE, IDIOTA!" Simplemente deshice lo andado.
Apoyaba la frente contra el mástil de la guitarra que nos acompañó aquel día. Se le veía tan vulnerable... No quería guerra, ni gritos, ni finales. Sólo quería estar allí, hablar, convencerle, convencerme, de que no podía acabar así. De que merecía, merecíamos la pena. Sólo quería susurrarle que "rendirse nunca fue una opción".
No me oyó llegar. Me quedé frente a él hasta que levantó la mirada.

"No me voy a ir a ninguna parte. No sin ti".

viernes, 7 de junio de 2013

11ª Jam en #DiablosAzules ((Relato ganador))

Siempre he temido la Muerte. Miedo a lo desconocido. Al, "¿qué habrá después de...esto?". Ya no.
Y aquí estoy. Sentada. Con la mente en otra parte, pensando en estos últimos días, en mis ojos enrojecidos ocupando todo el espejo del baño, en el espejo del baño hecho añicos, en mi mano temblorosa, tentativa, cerrando los dedos en torno a uno de esos desiguales fragmentos, cortándome la palma de la mano por miedo a lo que habrá después de cortarme las venas. Aquí estoy. Borracha de pena...
No tengo miedo. Ya no. Me da igual lo desconocido. Me da todo igual. Hasta ellos. Hasta yo misma. Todo.
Y de la nada brota un instante de lucidez, en medio de esta vorágine de locura que me envenena por dentro. "Valeria", me dice una voz calma desde el interior de mi cabeza. "Valeria, piénsalo... Hay fronteras, que es preferible no atreverse a cruzar. Valeria, ¡REACCIONA, joder!".
Demasiado tarde. Ya no tengo miedo. Esta vida es mucho más terrorífica que cualquier cosa que pueda esperarme al otro lado de este alfeizar...

lunes, 3 de junio de 2013

Espinas

Intento asumir que voy a tenerla siempre clavada en la memoria. Su voz. Su tacto. A veces acuden en la noche. Y me inquietan. A veces no logro recordar cómo era el timbre que caracterizaba su voz. A veces me cuesta evocar las facciones de su rostro. A veces, incluso, la he echado de menos.

Pero es un secreto. Ella es mi secreto. Prohibido. Vive en mis recuerdos. En mi memoria. En las caricias que me acunaban con ternura antes de irme a dormir. Vive en esas palabras que como espinas, llevo clavadas muy dentro.

Antes luchaba por deshacerme de su recuerdo. Ahora, necesito más que nunca hacerlo mío. Y espero que siempre, al menos una pequeña parte, sea mia.

Hasta siempre, compañero...

Él tiene más hambre que yo. Con sus ojillos color avellana me suplica sin palabras cualquier cosa que llevarse a la boca. Cualquier cosa que durante unas horas le pese en el estómago.
Ya son tres días sin comer. Yo lo llevo algo mejor, pero su naturaleza golosa no le da tregua.

Nos va pesando el invierno… Mi chaquetón promete deshacerse sobre mi cuerpo en cualquier momento. Es algo chapucero, pero he podido remendarlo según se abrían los boquetes sobre la tela, aunque entre tanto agujero mal cosido ya se cuela el viento que nos azota por las noches. Ese maldito bastardo que va segando vidas. En silencio. Sin que nadie pueda hacer nada por evitarlo. Este año ya van cuatro compañeros que han probado el dulce beso de la Dama Negra.
El Mundo no tiene escrúpulos. Nos relega a las calles, nos olvida, ignora nuestras súplicas, vuelve la cara ante nuestro dolor. Nos dejan a solas con nuestros demonios. Con nuestros demonios, y con ella… Saben que hará el trabajo sucio con el que ellos no quieren mancharse las manos. Saben que es sólo cuestión de tiempo. Saben que el frío barre la ciudad de vagabundos y drogadictos portadores de mugre y a saber de qué más. Las calles son crueles, al igual que los autómatas que las recorren. Es menos doloroso recibir insultos y miradas despectivas, si tengo el consuelo de poder refugiarme en el olor tostado que impregna su pelaje.

Hoy es una noche espacialmente fría, a pesar de estar ya bien entrado el mes de Marzo. Estas temperaturas no suelen ser suficiente para matarnos. Ya lo hacen por ellas las gripes y los resfriados que cogemos.

Dante ha notado mi amago de tiritona y se ha pegado más contra mí. Se lo agradezco controlando el temblor y quedándome inmóvil. Soporta muy bien las temperaturas glaciales, pero es todo un tiquismiquis a la hora de dormir.
“No hay ni una nube. Esta noche va a helar pero bien.” Madre mía… Empiezo a hablar como mi abuela, que en paz descanse.
No hace muchos años que fui niño. Crecí a la vera de una abuela cariñosa, que le hacía competencia al hombre del tiempo. Ella no necesitaba de estudios meteorológicos. Le bastaba con mirar al cielo, como hago yo ahora mismo.

Todos los días el mismo parque. “La bombilla” lo llaman. Y no sé por qué, si siempre está en penumbra. Dante elige el sitio por mí. Desde luego tiene buen gusto este perro. A estas alturas del año a las 8 ya suele ser de noche, y los compañeros empezamos a recogernos en refugios improvisados. Dante y yo no cargamos apenas con nada, por lo que montamos el campamento donde nos place. Ir ligero de equipaje tiene sus pros; no debemos preocuparnos de que nos desaparezcan las pertenencias en algún descuido, tan sólo de cuidarnos mutuamente.

Dante fue el regalo de mi abuela en mi vigésimo cumpleaños. Su último regalo. Y mi último cumpleaños con ella. Dante era lo único que me quedaba… Aquel cachorro de pastor alemán me enjugó las lágrimas el día de mi desahucio, y soportó a mi lado las palizas varias de los gamberros borrachos que encontraban divertido atormentarnos. Proporcionalmente al ritmo de su crecimiento, aumentaba la popularidad de Dante entre la comunidad de vagabundos. Se convirtió en un guardaespaldas nato. No volvieron a ponerme la mano encima.

Empezaba de nuevo la ópera de mi estómago hambriento. El de Dante le hacía los coros. Miraba al cielo ensimismado mientras pensaba en el dolor de las pérdidas. El desgarro interno que sentí al perder a mi abuela… Aquella mujer, siempre envuelta en
un halo de sabiduría llevaba el dolor marcado a fuego sobre las arrugas que coronaban su frente. Huérfano desde que me alcanza la memoria, crecí bajo el amparo de una viuda cariñosa. Ella comprendía mejor que nadie mi pérdida. Ella era el parche que sostenía mi existencia. Con su muerte no sólo perdí la única fuente de amor que había conocido. Con ella también se fue el techo que consideré hogar. El banco no entendió (o no quiso entender) nuestro arreglo, y me quedé en la calle con 21 años sobre los hombros, el vacío que dejó mi abuela, un cachorro de Pastor Alemán, y lo puesto.

Parece mentira que en pleno centro de Madrid las estrellas sean tan visibles. Por lo general, la contaminación lumínica que colorea de naranja el cielo nocturno, nos priva de tal espectáculo. Me ha gustado desde siempre mirar el cielo de noche, y perderme en la belleza de los astros. Estudié lo suficiente como para saber que esos puntitos brillantes no son más que bolas gaseosas incandescentes, y no espíritus guardianes velando el imposible sueño de los insomnes, y guardando del mal a los afortunados que consiguen dormir. Aún así, soñador por naturaleza, prefiero la versión no justificada por la ciencia. En este Mundo cruel, la fe y la fantasía nunca están de más.

Oigo a lo lejos un reloj dando la hora. Ya es bien entrada la madrugada. Creo que hace un rato dieron las tres. Y como ya predije, está helando.
Empiezan a pesarme los párpados, y con Dante entre los brazos una certeza se instala en mi interior: hoy viene a por mi. Sin previo aviso la Dama Negra ha decidido posar sobre los míos, sus labios envenenados de muerte. La hipotermia se ha apoderado de mi cuerpo. No puedo moverme ya. Es demasiado tarde para restaurar las funciones vitales. No siento calidez alguna.


Sólo soy consciente de lo más básico; en las alturas, miles de millones de estrellas, bajo mi cuerpo, el césped escarchado, Dante contra mi pecho sigue emanando calor, ajeno a mi fin. Su penetrante olor me envuelve cuando ella llega, y me siega para siempre el aliento.