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lunes, 13 de mayo de 2013

Costurera a pie de trinchera

Dicen que mostrarles tus propias cicatrices a los soldados con los que compartirás campo de batalla, levanta los ánimos. Por eso de quitarles el miedo que tienen todos a resultar malheridos. Deben ver que a pesar de haberte dejado como preparado de carne picada para hamburguesa, con tiempo consigues regenerarte.
Claro que, a pesar de volver a ser de una pieza, de vez en cuando las costuras que sujetan las heridas se dan de sí. No, eso no deben saberlo. Aunque a base de remendar la misma zona, terminas por encontrar la aguja y el hilo que mejor se adaptan para devolver la carne a su sitio una vez has sangrado tus demonios.

Las batallas te enseñan cosas realmente útiles. Costura, por ejemplo.
Aunque ocasionalmente se me puede saltar algún punto de sutura (por ir con prisas), procuro no dejar marcas que se distingan a simple vista. Hay que ser cuidadoso en ese aspecto. Debilidades ante los demás, las justas.

Tantas son las veces que coses los mismos fragmentos. Una y otra vez... Que acabas por familiarizarte con ellos. Ya no te alarmas como el primer día, en el que descubres que por todo el vendaje que pongas en torno a una herida, la sangre lo traspasará. Y no. No es suficiente con cambiarlo, y a otra cosa. Dudo mucho que tras una intervención quirúrgica convencional, el cirujano te dé el alta con un vendaje simple, y te mande a casa con una herida abierta.

Quieras o no, aprendes. De las guerras se sale. Ileso no, eso es mucho pedir. De una pieza, tampoco. Pero se sale.

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