Madrugada. Las manecillas del reloj galopan hacia las cuatro
y media. Me despierto. La imagen de un rostro baila ante mis aún adormecidos
ojos. De un plumazo me abandona el sueño. Imágenes reales, fotogramas estáticos
de días mejores; recuerdos. Bellos recuerdos. Cálidos abrazos. Anhelos… Añoro
esos días más que nada, deseo su vuelta, su compañía, sus nervios al verme, su
torpeza al intentar darme dos besos, el suspiro ahogado cuando tropieza con mis
labios a medio camino, la repentina seguridad que le invade. Cómo después de
romper esa barrera es capaz de caminar erguido a mi lado, tomarme la mano,
frenarme en medio de la avenida más transitada de la ciudad y besarme como si
no hubiera mañana…
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