Ayer hablamos. Hacía mucho tiempo que no hablábamos, y se me
dispararon las ñoñerías propias de las enamoradas, aunque he de reconocer, y no
por ello soy menos modesta, que mis cursiladas acaban siendo algo productivo;
una canción, un texto, un poema, un diálogo…
Hacía mucho que su risa no fluía por mis oídos, casi había
olvidado cómo sonaba su voz al natural, casi había olvidado lo bien que me
sentía hablando con él. Es reparador mantener una conversación juntos, aún no
sé cómo, pero siempre consigue mitigar mis dudas, mis temores, coloquialmente
hablando; mis rayadas.
Temía haberlo perdido, tenía que asegurarme de que seguía
ahí… Qué alegría más grande descubrir que así era. Por fin, y tras unas semanas
en mi interior, el nudo de mi estómago decidió aflojarse.
Debería despertarme más a menudo de la siesta con el valor
suficiente para reclamar su presencia en mi vida… Jajajaja no, es broma, hablar
con él es algo que no cansa jamás, por muchas horas que compartamos nunca es
suficiente, pero ambos, él sobretodo, tenemos obligaciones, deberes, y
compromisos, no puedo olvidarme del mundo sólo porque mi mundo tenga nombre. Es
apuesto y considerado, dicho sea de paso. Muy bromista, una gran virtud que
consigue quitarle peso y gravedad a esos problemillas que se nos puedan
presentar. Él siempre pensando en hacerme sonreír, siempre tiene en mente el
desafío de llevar el lunar que se posa sobre mi labio superior hasta el
infinito, y siempre lo consigue… ¿Cuál será su secreto?
¿Cómo puede ser tan completo? Tiene la inocencia, la bondad
y la travesura de un niño, la madurez y la intuición de un adulto, la sabiduría
de un anciano, y las hormonas de un adolescente. Es soñador como el que más,
pero siempre con un pie bien afianzado en el suelo, siempre consciente de lo
que entraña dejarse evadir, siempre recordándome lo importante que es
permanecer en la Realidad. De alguna manera, siempre está conmigo, y eso me da
fuerzas. Sólo pensar en él es ya por sí un gran punto de apoyo. No me puedo
permitir perderle.