No recuerdo en qué momento dejé de ser su orgullo, la niña de sus ojos. Sólo sé que de pronto sobraba en su vida, o al menos así lo sentía yo.
Descuida que no se molestó en desmentirlo, no trató de convencerme de lo contrario. Ni siquiera me regaló palabras vacías de un afecto diluido entre mareas de odio. Yo estaba ahí, me miraba sin verme, me ignoraba... Era más fácil que intentar comprenderme. Siempre que podía, optaba por la ley del mínimo esfuerzo, y escucharme debía de ser agotador, pues nunca lo hizo.
Yo tampoco luchaba por hacerme oír, todo hay que decirlo. Pero se acabó. Nunca volveremos a recuperar aquello. Nunca me mirarás y veré en tus ojos ese inconfundible amor que caracterizaba nuestra relación. Se acabó la tiranía, voy a obligarte a que me consideres, con odio si es necesario. Vas a escucharme, oh sí, quieras o no papá, vas a escucharme, porque tengo algo que decir.
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