Pandemia
Y como el paciente artesano que hace relojes del principio al fin de su vida, ella confeccionaba corazas y fortalezas. Era arquitecto del corazón, se protegía a sí misma de todo el dolor que causaba esa vírica y cruel enfermedad que es conocida con el eufemismo de "amor". Sudores fríos, taquicardias, leve distorsión de la realidad... Son tan sólo algunos de sus síntomas más leves. Ella los conocía, y en su día estuvo infectada, hasta tal punto que casi muere en la búsqueda de una cura.
Los primeros estadios no son peligrosos, casi se puede denominar agradables... Cosquilleos en el estómago, sonrisas sin sentido... Pero luego... Ay. Luego llega el dolor. En cada despedida. En cada desacuerdo. Un dolor lacerante cuando no te sientes correspondido. Un dolo ácido y penetrante cuando te sientes utilizado... Va deshaciéndote por dentro. Quemándote. Consumiéndote.
Ella se curó. A base de edificar cada día un nuevo muro, un nuevo y actualizado método de protección. Sin darse cuenta, de que dentro de esos muros se quedó una pequeña parte del ladrón de órganos del que se infectó sin remedio. Suficiente, para mantener la enfermedad latente en su interior. Ella fingía no darse cuenta. Pero estaba allí, y cada día lo arropaba más. Él sólo esperaba el día, en que la enfermedad estuviera tan avanzada, que no pudiera vivir sin su compañía. Él esperaba. Estaba enfermo. Como el que más. Y no quería curarse. No, mientras hubiera una pequeña esperanza...
Triste, doloroso y hasta cierto punto tierno con el pobre enfermo en el que seguro que muchos hemos compartido cuadro de síntomas. Me ha gustado mucho. A veces construímos muros y nos ponemos armaduras para protegernos de las "infecciones" que rampan a nuestro alrededor pero, sin querer o casi buscándolo con desesperación, tenemos metido al "enemigo" en casa.
ResponderEliminarLikati