Qué fácil era quitarle la ropa… No tanto, convencerle para verse. Aún así, casi siempre lo lograba. Pero el corazón… estaba totalmente desmembrado. A veces intentaba convencerse de que nada podía hacer por recuperarlo...
Cada segundo que no hablaban, moría un ápice de la esperanza que tenía por demostrarle que ella era la oportunidad definitiva, aquella que se negaba a conceder. Y se frustraba… Tanto, que cuarenta días después, y mil doscientos besos perdidos, decidió inmolarse, cuando le vio en brazos de otra. Sí. Había vuelto a amar. Con el corazón que ella le entregó…
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