VIII
Tengo miedo de pensar. O de reconocer que pienso. Ciertas cosas. No sé. Miedo de reconocer que piesno... Sabía que era rara, pero a veces yo misma me sorprendo. Supongo que las verdades siempre causan cierta impresión. Y más si han pasado inadvertidas en un muy oportuno estado latente.
Por ejemplo; reconocer que tienes razón cuando me psicoanalizas, me fastidia de sobremanera. Pues quieras o no, sacas a la luz mis debilidades. Y eso me deja vulnerable. Bajar la guardia es sinónimo de darle permiso a alguien para hacerte daño. Yo no quiero que me hagan daño. Y menos tú, hombre corcho.
Tengo miedo de decir(te) lo que pienso. Bueno, a ti y a todos. Tengo miedo también, de que tengas razón. De que tus palabras derrumben lentamente, piedra a piedra, la fachada cuyos pilares sostienen una falsa rebeldía y autosuficiencia. A veces me gustaría no mirarte, pues parece que me succiones los secretos por la mirada. Aunque supongo (y también odio reconocer esto), que una parte de mi arde en deseos de vomitar todos los temores, fobias, inseguridades y pesadillas. Aunque me deje en carne viva la garganta, por el amargo. Sólo así podría acurrucarme, y esperar temblorosa, el efecto sedante de tus dedos mesando mi pelo, en gesto protector.
Supongo que todos anhelamos ser lo que no podemos. Qué estupidez acabo de decir... La madrugada, que es un dulce delirio. Y yo, que me dejo embaucar por ella.
Fue todo por hoy; 10 de Septiembre.
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