Estaba oscuro y llovía. La
carretera parecía un lobo dispuesto a tragarse todo cuanto intentara circular
por ella. Ignacio conducía cauto, como siempre, pero las ruedas de la Suzuki no
daban más de sí. Sentía el corazón desbocado de Valeria contra su espalda.
Nunca compartió su afición por las motos, pero habían perdido el último Metro
de la noche y no les quedó más remedio que resignarse a llegar empapados. Él le
prometió compartir un baño caliente al llegar a casa si aceptaba viajar de
copiloto, así que hizo un esfuerzo.
Valeria tenía un encanto
especial. Nacho no pudo resistirse cuando su amigo Samuel se la presentó en una
fiesta. Ambos eran vecinos, y quedó totalmente hechizado nada más verla; no
había mujer que luciera con tanto estilo su feminidad. Sus largas piernas, y
sus ojos de gata lo cautivaron al instante. Hacía ya dos años de eso. Y cada
mañana al coincidir con Samuel en el rellano, le agradecía haberle presentado a
aquella chica; la mujer de su vida según él. Samuel siempre asentía con una media
sonrisa sin decir nada, "siempre fue un chaval algo raro" comentaba a
veces con Valeria. Y ella se limitaba a encoger los hombros.
Todo iba bien, quedaban
apenas cinco manzanas, tres semáforos como mucho. Velocidad media, y todos los
sentidos alerta, pero Ignacio echó mano del freno para reducir en un cruce y...
No respondía. Aterrado descubrió que la máquina no reducía su velocidad, y a
cámara lenta desde la percepción del pánico, vio que un camión se acercaba
vertiginosamente a ellos desde la izquierda. Valeria no era consciente de lo
que ocurría, pues cuando iba en moto siempre cerraba los ojos esperando que al
abrirlos el viaje hubiera terminado. Sólo supo lo que pasaba cuando una
sacudida seguida de un vacío en el pecho la separó de la espalda de Nacho. Su
cuerpo volaba por los aires en dirección opuesta a la de la moto. La cabeza le
rebotó en el suelo, y perdió la consciencia.
Despertó en su habitación,
algo se removía al borde de la cama. Al entornar los ojos pudo distinguir a
Samuel durmiendo en el suelo, sobre una colchoneta hinchable de playa. Pero ni
rastro de Nacho. Le llevó un tiempo analizar la situación. Y el recuerdo del
accidente caía como una losa sobre ella. El brutal choque... La sangre... Nacho
tendido inmóvil a unos metros de ella. Ella... que no pudo hacer nada...
"Malditas máquinas infernales..." murmuró. Samuel salió del
duermevela, y al verla despierta las ojeras que enmarcaban su cara cobraron
luz.
-Por fin... Creí que no
volvería a verte despierta. Llevas una semana durmiendo. En el hospital
creyeron que lo mejor sería traerte aquí.
Entonces pudo enfocar la
vista, y detectó a su alrededor la maraña de vías que la rodeaban. Notaba su
propio cuerpo liviano y pesado al mismo tiempo.
-¿Dónde está Nacho?
Sacó fuerzas de donde no las
tenía, e intentó incorporarse al tiempo que formulaba la desesperada pregunta.
-Valeria, yo...
-Quiero verle. Ahora.
Samuel agachó la cabeza, la
tomó entre sus brazos como pudo, pues aunque la pérdida de peso de su amiga era
evidente, sus hombros se quejaban por la carga. Caminó por la casa de su amiga,
toda para él. Toda suya. Sintiéndose dueño y señor de su cuerpo. Cuerpo al que
había velado siempre, y que ahora, le pertenecía. Giró por el pasillo y se
adentró en una habitación semi-iluminada. Nacho estaba tendido sobre una
camilla de hospital. Respiraba gracias a una mascarilla de oxígeno, y le
alimentaban vía intravenosa. Estaba aparentemente despierto, parpadeaba
incluso, pero no respondía a ningún estímulo.
-¿Qué... por qué no se
mueve? ¡Nacho! -gritó desesperada zarandeando a su novio.
-Cariño... se rompió la
espalda... No puede moverse... Ni siquiera respira por sí mismo, y mucho menos
habla. Entiende todo, eso sí.
Quería huir de allí. Lejos.
Intentó zafarse de los enclenques brazos de Samuel, pero nada más poner un pie
en el suelo, se derrumbó. La desesperación se tradujo en un llanto seco,
lloraba sin lágrimas, pero gimoteaba cual animal herido de muerte. Ya no era
nada. Ya no era nadie. Quería acabar con aquello. Quería... Samuel sostenía la
jeringuilla clavada en su brazo, y poco a poco su visión se fue difuminando. No
se desmayó, pero todos sus sentidos se espesaron. La llevó de nuevo a la cama,
y con una fuerza de la que no le creía capaz, fue desgarrando a jirones su
camisón. Sería suya y nadie se lo iba a impedir. Ni siquiera ella. Era
ligeramente consciente de lo que pasaba. Sentía muy lejanas las embestidas de
Samuel, pero con la mente tan difusa por la droga, era incapaz de detectar si
era o no real. Ya nada tenía sentido para ella.
Pasaban los días, y en
aquella casa no se hablaba del repentino deseo de Samuel, ni del encuentro de
sexo forzado, ni prácticamente de nada. Samuel había estudiado enfermería, así
que se hacía cargo de los dos inválidos. Intentó volver a acostarse con Valeria
sin la ayuda de los fármacos, pero ella cada vez se cerraba más, apenas comía,
apenas hablaba. Pasaba las horas muertas con el ordenador haciendo no se sabe
qué, y a Samuel ignorar lo que ocurría, le encolerizaba. Le gritaba a veces que
menuda forma de agradecerle sus cuidados, y Valeria se limitaba a ignorarlo con
ese aura de superioridad sobre todo ser humano que siempre la rodeaba. Aun
ahora, no pudiendo valerse por sí misma.
Empezó a concienciarse de
que Nacho no iba a salir de aquello, y que siempre iba a ser una carga para
alguien. Pocas cosas había que pudiera hacer por sí misma. Incluso Samuel debía
ayudarla en la ducha, y mientras enjabonaba su cuerpo perfecto, no dejaba de
repetir día tras día que "era un desperdicio dejar oculto ese encanto
mágico".
Aquellas palabras le dieron una idea.
Empezó a publicar a diestro y siniestro anuncios en páginas de contactos, tales
como "encuentros sexuales sin compromiso ni remuneración", "no
te arrepentirás", "insaciable"...
Y pronto, su cuerpo, su
encanto, fueron su salvación. O eso creía. Cada noche, una polla distinta. Cada
noche, un placer diferente. Cada noche, sexo. Mucho sexo. Y cada mañana...
sangre e intestinos adornando sus sábanas. Y un cadáver a su lado. El
primer día que esto ocurrió, su grito removió las entrañas del Averno. Samuel
acudió en su auxilio, y vio espantado cómo el galán que por la noche cenaba en
la cocina lo que él se había preparado, yacía ahora abierto en canal. Miraba a
Valeria, y en su cara la decepción, y el terror.
-¡Has sido tú! ¿¡Qué coño
has hecho, pequeña zorra!? ¿¿¡¡Eh!!??
-Yo... yo... no he hecho
nada- balbuceaba ella.
-Estás jodida, muchacha,
nunca me iré de aquí, o la policía sabrá de esto. Puta psicópata...
Valeria no lloraba. No sabía
cómo, pero cada noche, cada hombre que aparecía en su puerta, cada cena juntos,
cada amanecer... Eran iguales. Cada mañana aparecía un cuerpo a su lado. Y
resultó rutinario para Samuel deshacerse de todo, con la única condición de
disfrutar enteramente del cuerpo de Valeria. Y ella aceptaba. Se dejaba hacer,
con la seguridad de que él callaría y por la noche un nuevo sujeto perecería
entre sus piernas. Hombres variados, el efímero descanso a toda aquella locura.
Hombres en los que buscaba la pasión perdida.
Entre tanto, Nacho seguía
desde su camilla los pasos de todos. Escuchaba, analizaba, y quería morir. Cada
noche tenía que soportar los gemidos de su novia, fruto de las manos de un
hombre que no era él. Y cada mañana, nuevos orgasmos, con la firma de su jodido
mejor amigo. "Ese cabrón de Samuel..." pensaba, "un día lo
mato... ¡Lo mato!"
Ese día llegó antes de lo
previsto. Samuel había pasado la noche fuera, murmuró algo sobre un
"imprevisto", y se fue sin decir más. Poco después llegó el idiota de
turno que moriría aquella noche entre las piernas de su novia. Nacho sabía. Lo
sabía todo. Las cenas que preparaba Samuel, adrezadas con todo tipo de
sedantes. Las bolsas de basura en las que se llevaba los cuerpos, los bisturís
que utilizaba para abrir en canal a sus víctimas, los desinfectantes... Antes
de que Valeria despertara, hablaba mucho con él;
-Si te mato, Valeria querrá
morir contigo. Lo mejor es fingir que vas a quedarte ahí postrado siempre, esto
que te estoy poniendo ahora- decía mientras le inyectaba una nueva dosis en la
vía -es un inhibidor del sistema motriz. Vas a joderte, y vas a escuchar cómo
me la follo todos los putos días de tu existencia, miserable. Tenías que
haberte quedado en esa jodida moto, tenías que estar muerto, ¡tiene que ser
mía! ¿Sabes una cosa? Vas a morir, tarde o temprano.
Lo que Samuel ignoraba, era
que él también... Aquella mañana no se oía el característico sonido que produce
un cuerpo al ser descuartizado, aquella mañana todo era paz. Y él podía
moverse, oh si, podía. "Ese capullo se quedó corto con la dosis anoche,
será idiota..."
Se incorporó deshaciéndose
de las agujas y la mascarilla, estaba algo mareado... No en vano, llevaba
semanas entumecido y recostado. Buscó a Valeria con la intención de llevársela
de allí, pero recordó que si quería joder bien a ese cabrón que en su día se
hizo llamar amigo, necesitaba pruebas. La dejó dormir un poco más en brazos de
aquel desconocido, el primero que llegaba vivo al alba.
Nacho conocía de la
existencia de un cuaderno de Bitácora en el que aquel cabronazo dejaba
constancia de las medicaciones, los métodos para acabar con sus víctimas...
Todo. Lo necesitaba. Ya. No sabía cuándo podría regresar Samuel...
La puerta se abría en aquel
momento, Nacho corrió a su camilla y fingió no haber dado aquel paseo. En su
mano izquierda ocultaba un bisturí.
Samuel llegaba de mala
hostia, no en vano había salido corriendo la noche anterior, sin suministrar a
sus víctimas la droga que le permitía llevar a cabo su trabajo tranquilo. Matar
a alguien estando consciente era más difícil de lo que parecía. Cortarle los
frenos a la moto debió de ser suficiente para librarse de él. Las cosas se
torcieron, y ahora volvían a hacerlo. Primeramente debía sedarlo de nuevo, o
podría levantarse. Fue a su habitación con la dosis correspondiente, y ante su
sorpresa, Nacho sonreía con una mueca sádica.
-Todo lo que te has jodido a
mi novia, te voy a joder yo ahora, cabrón.
Y le hundió todo lo que pudo
el bisturí en el pecho. Se desencadenó la rabia en Samuel, y ambos rodaron por
el suelo. El ruido despertó a Valeria, y al atónito chico que dormitaba a su
lado veía cómo dos hombres intentaban matarse.
-Corre, vete, y no le digas
nada a nadie, sé donde vives - amenazó Valeria, y él salió corriendo sin hacer
preguntas.
Valeria les tiró la lámpara
de la mesita de noche, acertándole a Samuel en la frente, éste se volvió
encolerizado, aún con el bisturí clavado en el pecho, del que no dejaba de
manar sangre, espesa y violácea. Avanzó hacia ella con una jeringuilla en la
mano, y por al camino recogió del suelo la lamparita, para rompérsela en la
cabeza. Nacho gritó de pura rabia, y acertó a clavarle un nuevo bisturí en la
espalda. Samuel se retorció, y de su boca empezaron a burbujear ríos de
sangre negra. En los últimos estertores fue capaz de clavarle a Nacho la
jeringuilla con una dosis tres veces mayor de lo habitual. Éste lo tiró al
suelo, lejos de Valeria, mientras contemplaba con horror cómo se desangraba
entre sus brazos. Valeria... La mujer que lo volvió loco. La mujer de los
flujos de miel, y la sonrisa canina.
-Cariño, todo va a salir
bien...
Intentaba convencerse a sí
mismo, convencerla a ella, de que estaba viva, tenía que estarlo, pues
desabrochó los botones de su camisón, y aún emanaba de su pecho el olor a
vainilla que la caracterizaba. Sus pechos aún despuntaban hacia el cielo, sus
entrañas aún estaban húmedas. Para él. Sólo para él... Y sin pensárselo, hizo
suyo el cuerpo que nunca fue de nadie, más que de ella misma.
Días después el chico que
huyó en calzoncillos por las calles desiertas de un Madrid que se desperezaba,
volvió a la casa. Quería comprobar que aquel encanto de chica estaba bien,
aunque conviviendo con aquellos dos brutos lo dudaba. Encontró la puerta del piso
entreabierta, y en el suelo de la habitación, un cuerpo enclenque y
ensangrentado. Sobre la cama, Valeria estaba tendida, con chorretones de sangre
seca por el rostro marmóleo e inmóvil, y sobre ella, como una estatua, aquel
chico del bisturí, penetrándola aun después de muerto, con una jeringuilla en
el brazo...
"Juntos hasta el final,
mi amor. Hasta el final..."