Lo que escribimos es lo único que quedará de nosotros.

martes, 25 de marzo de 2014

VALERIA (Cuento finalista del II Certamen Hijos de Mary Shelley)

Estaba oscuro y llovía. La carretera parecía un lobo dispuesto a tragarse todo cuanto intentara circular por ella. Ignacio conducía cauto, como siempre, pero las ruedas de la Suzuki no daban más de sí. Sentía el corazón desbocado de Valeria contra su espalda. Nunca compartió su afición por las motos, pero habían perdido el último Metro de la noche y no les quedó más remedio que resignarse a llegar empapados. Él le prometió compartir un baño caliente al llegar a casa si aceptaba viajar de copiloto, así que hizo un esfuerzo.

Valeria tenía un encanto especial. Nacho no pudo resistirse cuando su amigo Samuel se la presentó en una fiesta. Ambos eran vecinos, y quedó totalmente hechizado nada más verla; no había mujer que luciera con tanto estilo su feminidad. Sus largas piernas, y sus ojos de gata lo cautivaron al instante. Hacía ya dos años de eso. Y cada mañana al coincidir con Samuel en el rellano, le agradecía haberle presentado a aquella chica; la mujer de su vida según él. Samuel siempre asentía con una media sonrisa sin decir nada, "siempre fue un chaval algo raro" comentaba a veces con Valeria. Y ella se limitaba a encoger los hombros.

Todo iba bien, quedaban apenas cinco manzanas, tres semáforos como mucho. Velocidad media, y todos los sentidos alerta, pero Ignacio echó mano del freno para reducir en un cruce y... No respondía. Aterrado descubrió que la máquina no reducía su velocidad, y a cámara lenta desde la percepción del pánico, vio que un camión se acercaba vertiginosamente a ellos desde la izquierda. Valeria no era consciente de lo que ocurría, pues cuando iba en moto siempre cerraba los ojos esperando que al abrirlos el viaje hubiera terminado. Sólo supo lo que pasaba cuando una sacudida seguida de un vacío en el pecho la separó de la espalda de Nacho. Su cuerpo volaba por los aires en dirección opuesta a la de la moto. La cabeza le rebotó en el suelo, y perdió la consciencia.

Despertó en su habitación, algo se removía al borde de la cama. Al entornar los ojos pudo distinguir a Samuel durmiendo en el suelo, sobre una colchoneta hinchable de playa. Pero ni rastro de Nacho. Le llevó un tiempo analizar la situación. Y el recuerdo del accidente caía como una losa sobre ella. El brutal choque... La sangre... Nacho tendido inmóvil a unos metros de ella. Ella... que no pudo hacer nada... "Malditas máquinas infernales..." murmuró. Samuel salió del duermevela, y al verla despierta las ojeras que enmarcaban su cara cobraron luz.
-Por fin... Creí que no volvería a verte despierta. Llevas una semana durmiendo. En el hospital creyeron que lo mejor sería traerte aquí.
Entonces pudo enfocar la vista, y detectó a su alrededor la maraña de vías que la rodeaban. Notaba su propio cuerpo liviano y pesado al mismo tiempo.
-¿Dónde está Nacho?
Sacó fuerzas de donde no las tenía, e intentó incorporarse al tiempo que formulaba la desesperada pregunta.
-Valeria, yo...
-Quiero verle. Ahora.

Samuel agachó la cabeza, la tomó entre sus brazos como pudo, pues aunque la pérdida de peso de su amiga era evidente, sus hombros se quejaban por la carga. Caminó por la casa de su amiga, toda para él. Toda suya. Sintiéndose dueño y señor de su cuerpo. Cuerpo al que había velado siempre, y que ahora, le pertenecía. Giró por el pasillo y se adentró en una habitación semi-iluminada. Nacho estaba tendido sobre una camilla de hospital. Respiraba gracias a una mascarilla de oxígeno, y le alimentaban vía intravenosa. Estaba aparentemente despierto, parpadeaba incluso, pero no respondía a ningún estímulo.
-¿Qué... por qué no se mueve? ¡Nacho! -gritó desesperada zarandeando a su novio.
-Cariño... se rompió la espalda... No puede moverse... Ni siquiera respira por sí mismo, y mucho menos habla. Entiende todo, eso sí.

Quería huir de allí. Lejos. Intentó zafarse de los enclenques brazos de Samuel, pero nada más poner un pie en el suelo, se derrumbó. La desesperación se tradujo en un llanto seco, lloraba sin lágrimas, pero gimoteaba cual animal herido de muerte. Ya no era nada. Ya no era nadie. Quería acabar con aquello. Quería... Samuel sostenía la jeringuilla clavada en su brazo, y poco a poco su visión se fue difuminando. No se desmayó, pero todos sus sentidos se espesaron. La llevó de nuevo a la cama, y con una fuerza de la que no le creía capaz, fue desgarrando a jirones su camisón. Sería suya y nadie se lo iba a impedir. Ni siquiera ella. Era ligeramente consciente de lo que pasaba. Sentía muy lejanas las embestidas de Samuel, pero con la mente tan difusa por la droga, era incapaz de detectar si era o no real. Ya nada tenía sentido para ella.

Pasaban los días, y en aquella casa no se hablaba del repentino deseo de Samuel, ni del encuentro de sexo forzado, ni prácticamente de nada. Samuel había estudiado enfermería, así que se hacía cargo de los dos inválidos. Intentó volver a acostarse con Valeria sin la ayuda de los fármacos, pero ella cada vez se cerraba más, apenas comía, apenas hablaba. Pasaba las horas muertas con el ordenador haciendo no se sabe qué, y a Samuel ignorar lo que ocurría, le encolerizaba. Le gritaba a veces que menuda forma de agradecerle sus cuidados, y Valeria se limitaba a ignorarlo con ese aura de superioridad sobre todo ser humano que siempre la rodeaba. Aun ahora, no pudiendo valerse por sí misma.

Empezó a concienciarse de que Nacho no iba a salir de aquello, y que siempre iba a ser una carga para alguien. Pocas cosas había que pudiera hacer por sí misma. Incluso Samuel debía ayudarla en la ducha, y mientras enjabonaba su cuerpo perfecto, no dejaba de repetir día tras día que "era un desperdicio dejar oculto ese encanto mágico".
Aquellas palabras le dieron una idea. Empezó a publicar a diestro y siniestro anuncios en páginas de contactos, tales como "encuentros sexuales sin compromiso ni remuneración", "no te arrepentirás", "insaciable"... 
Y pronto, su cuerpo, su encanto, fueron su salvación. O eso creía. Cada noche, una polla distinta. Cada noche, un placer diferente. Cada noche, sexo. Mucho sexo. Y cada mañana... sangre e intestinos adornando sus sábanas. Y un cadáver a su lado. El primer día que esto ocurrió, su grito removió las entrañas del Averno. Samuel acudió en su auxilio, y vio espantado cómo el galán que por la noche cenaba en la cocina lo que él se había preparado, yacía ahora abierto en canal. Miraba a Valeria, y en su cara la decepción, y el terror.
-¡Has sido tú! ¿¡Qué coño has hecho, pequeña zorra!? ¿¿¡¡Eh!!??
-Yo... yo... no he hecho nada- balbuceaba ella.
-Estás jodida, muchacha, nunca me iré de aquí, o la policía sabrá de esto. Puta psicópata...

Valeria no lloraba. No sabía cómo, pero cada noche, cada hombre que aparecía en su puerta, cada cena juntos, cada amanecer... Eran iguales. Cada mañana aparecía un cuerpo a su lado. Y resultó rutinario para Samuel deshacerse de todo, con la única condición de disfrutar enteramente del cuerpo de Valeria. Y ella aceptaba. Se dejaba hacer, con la seguridad de que él callaría y por la noche un nuevo sujeto perecería entre sus piernas. Hombres variados, el efímero descanso a toda aquella locura. Hombres en los que buscaba la pasión perdida.

Entre tanto, Nacho seguía desde su camilla los pasos de todos. Escuchaba, analizaba, y quería morir. Cada noche tenía que soportar los gemidos de su novia, fruto de las manos de un hombre que no era él. Y cada mañana, nuevos orgasmos, con la firma de su jodido mejor amigo. "Ese cabrón de Samuel..." pensaba, "un día lo mato... ¡Lo mato!"
Ese día llegó antes de lo previsto. Samuel había pasado la noche fuera, murmuró algo sobre un "imprevisto", y se fue sin decir más. Poco después llegó el idiota de turno que moriría aquella noche entre las piernas de su novia. Nacho sabía. Lo sabía todo. Las cenas que preparaba Samuel, adrezadas con todo tipo de sedantes. Las bolsas de basura en las que se llevaba los cuerpos, los bisturís que utilizaba para abrir en canal a sus víctimas, los desinfectantes... Antes de que Valeria despertara, hablaba mucho con él;
-Si te mato, Valeria querrá morir contigo. Lo mejor es fingir que vas a quedarte ahí postrado siempre, esto que te estoy poniendo ahora- decía mientras le inyectaba una nueva dosis en la vía -es un inhibidor del sistema motriz. Vas a joderte, y vas a escuchar cómo me la follo todos los putos días de tu existencia, miserable. Tenías que haberte quedado en esa jodida moto, tenías que estar muerto, ¡tiene que ser mía! ¿Sabes una cosa? Vas a morir, tarde o temprano.

Lo que Samuel ignoraba, era que él también... Aquella mañana no se oía el característico sonido que produce un cuerpo al ser descuartizado, aquella mañana todo era paz. Y él podía moverse, oh si, podía. "Ese capullo se quedó corto con la dosis anoche, será idiota..."
Se incorporó deshaciéndose de las agujas y la mascarilla, estaba algo mareado... No en vano, llevaba semanas entumecido y recostado. Buscó a Valeria con la intención de llevársela de allí, pero recordó que si quería joder bien a ese cabrón que en su día se hizo llamar amigo, necesitaba pruebas. La dejó dormir un poco más en brazos de aquel desconocido, el primero que llegaba vivo al alba. 
Nacho conocía de la existencia de un cuaderno de Bitácora en el que aquel cabronazo dejaba constancia de las medicaciones, los métodos para acabar con sus víctimas... Todo. Lo necesitaba. Ya. No sabía cuándo podría regresar Samuel...

La puerta se abría en aquel momento, Nacho corrió a su camilla y fingió no haber dado aquel paseo. En su mano izquierda ocultaba un bisturí.
Samuel llegaba de mala hostia, no en vano había salido corriendo la noche anterior, sin suministrar a sus víctimas la droga que le permitía llevar a cabo su trabajo tranquilo. Matar a alguien estando consciente era más difícil de lo que parecía. Cortarle los frenos a la moto debió de ser suficiente para librarse de él. Las cosas se torcieron, y ahora volvían a hacerlo. Primeramente debía sedarlo de nuevo, o podría levantarse. Fue a su habitación con la dosis correspondiente, y ante su sorpresa, Nacho sonreía con una mueca sádica.
-Todo lo que te has jodido a mi novia, te voy a joder yo ahora, cabrón.
Y le hundió todo lo que pudo el bisturí en el pecho. Se desencadenó la rabia en Samuel, y ambos rodaron por el suelo. El ruido despertó a Valeria, y al atónito chico que dormitaba a su lado veía cómo dos hombres intentaban matarse.
-Corre, vete, y no le digas nada a nadie, sé donde vives - amenazó Valeria, y él salió corriendo sin hacer preguntas.

Valeria les tiró la lámpara de la mesita de noche, acertándole a Samuel en la frente, éste se volvió encolerizado, aún con el bisturí clavado en el pecho, del que no dejaba de manar sangre, espesa y violácea. Avanzó hacia ella con una jeringuilla en la mano, y por al camino recogió del suelo la lamparita, para rompérsela en la cabeza. Nacho gritó de pura rabia, y acertó a clavarle un nuevo bisturí en la espalda. Samuel se retorció, y de su boca empezaron a burbujear  ríos de sangre negra. En los últimos estertores fue capaz de clavarle a Nacho la jeringuilla con una dosis tres veces mayor de lo habitual. Éste lo tiró al suelo, lejos de Valeria, mientras contemplaba con horror cómo se desangraba entre sus brazos. Valeria... La mujer que lo volvió loco. La mujer de los flujos de miel, y la sonrisa canina.
-Cariño, todo va a salir bien...
Intentaba convencerse a sí mismo, convencerla a ella, de que estaba viva, tenía que estarlo, pues desabrochó los botones de su camisón, y aún emanaba de su pecho el olor a vainilla que la caracterizaba. Sus pechos aún despuntaban hacia el cielo, sus entrañas aún estaban húmedas. Para él. Sólo para él... Y sin pensárselo, hizo suyo el cuerpo que nunca fue de nadie, más que de ella misma.

Días después el chico que huyó en calzoncillos por las calles desiertas de un Madrid que se desperezaba, volvió a la casa. Quería comprobar que aquel encanto de chica estaba bien, aunque conviviendo con aquellos dos brutos lo dudaba. Encontró la puerta del piso entreabierta, y en el suelo de la habitación, un cuerpo enclenque y ensangrentado. Sobre la cama, Valeria estaba tendida, con chorretones de sangre seca por el rostro marmóleo e inmóvil, y sobre ella, como una estatua, aquel chico del bisturí, penetrándola aun después de muerto, con una jeringuilla en el brazo...

"Juntos hasta el final, mi amor. Hasta el final..."


miércoles, 19 de marzo de 2014

Ha salido el sol

Los parque son mágicos, y más ahora. No por el paso de los años me vuelvo menos impresionable, pues aunque toboganes y balancines ya no llamen mi atención, sí lo hacen los columpios y las lagartijas. Ahora soy más de bancos al sol, y de chicos haciendo footing que te confunden con otra...

-¡Adiós Irene!.. Ah no perdona, me he confundido.

                                                                                          ..sólo por conseguir sacarte una sonrisa.

Abuelos con niños, más niños que los propios nietos, por eso de la segunda infancia.
Y yo, en un banco al sol, y el flequillo haciendo de las suyas, cómplice de la brisa, metiéndose en los ojos, y obligándome a jurar. "Aún así no iré al cielo... Poco me importa, ha salido el sol..."

lunes, 17 de marzo de 2014

Tardes de café y bolígrafo

La vida es hermosa y equivocada, y mi cafetería favorita está prácticamente desierta. Un café cremoso se enfría sobre la mesa, que he tomado como lienzo. El camarero se acerca y me pregunta "¿desea algo más?", y a punto estoy de responderle, "a ti", pero me contengo. Seguro que si le digo eso no vuelve a traerme más caramelitos de frutas, y no quiero que eso ocurra (los caramelos de esta cafetería están buenísimos. Casi tanto como los capuccinos o el camarero).

Mi cafetería favorita está prácticamente desierta. Somos cuatro, cinco si contamos al camarero. Tres hombres ojean ausentes el periódico. El camarero trae y lleva tazas del lavavajillas al fregadero, y del fregadero al lavavajillas. Hace como que trabaja. Pero a mí no me engaña; hace calor y no le apetece estar aquí. Lástima... Pues a mí sí, y hasta que no se vaya el último cliente tú no puedes marcharte, así que te vas a joder, que yo me quedo.

Leo a ratos un libro de poesía, masticando cada verso, rumiando las estrofas con parsimonia, y le doy sorbitos al café. No quiero que se me acabe. Pues si me lo termino, tendré que irme o pedir otro, y aunque es exquisito aquí el café es algo caro. Y apuesto a que con las propinillas que le voy dejando al camarero guapo con cada visita, no pagaría su sonrisa siquiera. Aunque sí su sonrisa. Algo es algo...

Carta a la luz de una lamparita de noche

Sabes... Nunca dejé de quererte. Te odiaba a veces, por no estar a mi lado, ni calmar mi llanto cuando lloraba por tu culpa. Por no cambiar mientras veía cómo te destruías a ti mismo. No sabes cuánto me dolía eso... Veía tu potencial, tu fuerza dormida dentro de ti. Todo lo que puedes hacer si te lo propones. Y tú en cambio sólo pensabas en dejarte morir sin más, y a mi eso me destrozaba. Te odiaba por ello. Mucho. Y muy fuerte, como dicen los modernos de ahora.
Yo te quería. Siempre tiré de ti, pensé que darte impulso te abriría los ojos y cogerías carrerilla, y lucharías con más saña que nadie. Sé que puedes hacerlo, puedes ser lo que quieras. No exagero cuando digo que eres el hombre más maravilloso que ha pasado por mi vida, aunque me las hayas hecho pasar putas.

No te haces idea de lo mucho que me llena estar contigo, y lo mal que se me da a veces expresarme. Es irónico, pues se supone que soy escritora. Pero a veces me pasa, que las ideas y las sensaciones nublan mi mente y me bloquean. Voy a subir íntegra esta conversación a mi blog. Corregiré algunas cosas, pero me parece una buena idea. Espero que no te importe.

No sé qué más puedo decirte... Estoy cansada, y me iba a dormir. Pero tú siempre me dedicas parrafadas, y yo a ti apenas ninguna. Seguro que tu cara de sorpresa al ver todos estos mensajes será épica, y siento un montón perdérmela. Pero quería escribirte antes de irme a dormir. La película me está encantando. Y tenías razón, me recuerda un poco a ti.

Por cierto, me encantaría tener una cosa tuya, algo que poder llevar siempre conmigo. Pequeñito, una minucia. Me encantan esas tonterías, pero mi cuarto es como un museo de los recuerdos. Podría contarte miles de anécdotas son todo lo que tengo entre mi casa actual, la del pueblo, y lo que queda en la de Madrid. Todo, absolutamente todo, tiene historia, y no es justo que tú, que formas parte de mi historia, no tengas algo representativo en mi pequeño museo. Así que vete pensando. Me da igual el qué.

Buenas noches.

domingo, 9 de marzo de 2014

Carta de despedida..

Te gustaban mis uñas vestidas de rojo, y tu nombre en blanco en ellas. Los ojos perfilados, y los labios sin pintar. Las deportivas más que los tacones, y mi culo enfundado por los vaqueros. Te gustaba la lluvia, y las hojas por el suelo. El otoño, los abrazos, los niños... Querías una familia. Querías que el mundo te escuchase. Querías que mi insomnio fuera tuyo. Y mi cuerpo. Y mis ganas... Y lo fue. Todo. Todo tuyo. Todas las noches, nuestro código... Ir a clase sin dormir carecía de importancia si la razón de mi desvelo era ver amanecer mientras hablaba contigo. Todo carecía de importancia si era por ti. Y hoy... Somos dos completos extraños. Nos hablamos como si no nos conociéramos. Como si no fueras la persona que me marcó de por vida. Me siento incapaz de ser sincera. Aunque ahora ya da igual, supongo. Yo ya no invoco la tinta de tu bolígrafo, ni tus sueños, ni tus fantasías. Yo ya no soy nada. Y es duro darse cuenta. Aunque... Te lo mereces todo. Y aún soy feliz si veo que tú lo eres, aunque no sea conmigo. Aunque no sea mi boca la que sonríe cuando la besas. Pero, ¿eres feliz , no? Pues nada más importa. Dejaré de pasearme por tu realidad. Ya no soy partícipe de ella. Sólo quería despedirme... Cuídate. Y sobre todo... Se feliz. Y aunque yo fui incapaz de enamorarte, deja que ella lo haga. Tal vez entonces me comprendas cuando te decía que para mí lo eras todo. Se feliz...


Adiós.