No encontraba el abrebotellas. Y lo necesitaba. ¿Dónde coño
lo había puesto? Estaba ya en la tesitura de cómo conseguir quitarle la tapa
con los dientes, cuando encontró lo que estaba buscando. Las lágrimas brotando
a litros de sus ojos no hacían nada fácil la búsqueda. Abrió la botella, y probó
un sorbo. “Amargo y dulce.. Perfecto para hoy”
Desde la planta superior se podía oír perfectamente y a todo
volumen, una de esas canciones melancólicas y taciturnas que tanto la gustaba
escuchar cuando se hallaba rota. Porque estaba rota. Rotísima. Requete-rota. Y
lloraba. Hablaba sola sobre no sé qué de una mierda que parece que no va a
solucionarse o algo así. A mí me lo han contado, yo no estaba viéndola
desvariar… Desvariaba mucho. Hablaba sola a menudo. Lloraba. Fumaba. Ah, pero
ya no. Ahora la cerveza era su amiga. Cerveza roja; amarga y dulce, como ella,
como su sonrisa a medias. Ahora cantaba canciones a media voz, dejaba
botellines a medias, era medio feliz… Estaba incompleta.
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